Un lugar de la tierra

Bahía la Ventosa en un lugar junto a un mar que nadie contempla, donde habitan vientos que corren a 120 km/hr., huracanes de nivel cinco entre la escala de los más feroces huracanes; en esa tierra pasé los años de mi niñez, ese tiempo me entregó facultades para existir ante el derrumbe. La Ventosa, el sitio al que se le niega su lugar en el mapa de las desgracias. La tormenta tropical avanza a pasito de cumbia. ¿O será chachachá? Siete kilómetros al norte, vientos sostenidos de 55 km/hr y rachas de 75. Lo que no vendría siendo un mambo en sax. Al Golfo de Tehuantepec llegan todos los vientos que pueden azotar el macizo continental, de Alaska a la Tierra de Fuego. Ahí se levanta un caserío de buzos buscadores de percebe y ostión, gente que existe entre la reventazón de las olas, pescadores con el alma infestada de amaneceres y perros sarnosos de la playa. Al lugar lo frecuentan las aguas iluminadas de la refinería petrolera, el viento negro que sale de la fraccionadora de gasolina, el amarillo verdoso del azufre. Un tren que pasa de largo, silba y retumba la tierra como señal del adiós de todas las tardes. Ahí está el faro de Cortés que dio luz a las carabelas que arribaron a California, resiste sarro y vientos. Salitre y arena. El olvido es un viento fuerte con rachas de más de 120 km/hr que habita entre ruinas. En Bahía la Ventosa crecen los hombres de la cerveza que discuten a diario marejadas y desgracias, borracheras pasadas. Mal tiempo. El viento fuerte los dejó en un pasado rectangular, todo el mar de los océanos es principio y fin del patio de la cantina. La hora mala del viento le es propicia al hombre para sumarse a las marcas del gargajo en el muro, las botellas vacías de cerveza, las moscas. En la sombra de la cantina los hombres llevan la espalda cargada de cicatrices como valva de ostión grande cundido de liquen. Boris, pongamos por nombre Boris, el huracán aúlla en la playa. Los hombres llevan las orejas acostumbradas a los aullidos, la mujer, el hambre, el fantasma de los ahogados que llaman sin descanso. Un gargajo no lleva registro en la basura. Los hombres son gargajo de cantina, amarillo y verde. La Ventosa está junto a un mar que no es agua, es aire fuerte que conduce mujeres a la hamaca prendidas a la pañoleta roja de sus cabellos.

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